- "Una noche, ya un poco tarde, hice organizar una representación de Wayang- Koelit en casa de un indígena. Cuando llegué estábamos absolutamente solos la orquesta, mis tres invitados y yo.
El Wayang Koelit javanes es el mismo que el Wayang Koelit balinés, pero su estilo es distinto.
El balines está aún cerca de los demonios.
Su música está llena de impaciencia. de temblor, de fiebre.
Es satánico. Los títeres (en cuero recortado) se pelean con una violencia inaudita, rápida y exaltada. El actor da alaridos. La luz oscila constantemente, haciendo temblar los personajes sobre la pantalla con una extraña vida palpitante, trepidante y eléctrica.
Una vez proyectada sobre la pantalla, la luz atraviesa los calados los calca y los ilumina a la vez con la nitidez de la evidencia o de la dura realidad, o más bien de una suprarrealidad recortada con cuchillo y retirada del cielo.
Luego, terminada su pantomima, se alejan blandos y vibrantes (la mano del actor los sacude sin cesar) para volver poco después súbitos y fulgurantes sobre la tela, dando una formidable impresión de petrificación mágica y de violencia, como no puede dar el cinematógrafo.
En el Wayan Koelit javanés, la luz está inmóvil. Los personajes están casi todo el tiempo fijados por la base a un tronco de bambú paralelo a la escena. Mueven más bien el brazo que el cuerpo, los brazos blandos que flotan. Hasta cuando luchan, lo hacen sin encarnizamiento. Sin embargo, la acción va acompañada de un ruido constante, como de tiros de revólver, que reproducen la tensión interior.
Sus voces (las voces de los recitadores) son dulces, melodiosas, bajas y reflexivas y como misericordiosas. Las palabras corteses, sentidas, floreadas, voces soñadoras, casi ausentes, voces de iglesia, un canto que a menudo recuerda los cantos bengalíes, sus cantos meditativos. "
Es una cita un poco larga pero vale la pena para terminar esta serie. La próxima serie hablaremos de los Bunraku japoneses.